30 de Abril de 2015. O al menos utiliza estrategias similares a las de la mayoría al enfrentarse a preguntas que no puede contestar: evade, miente, ofende y cambia el rumbo de la conversación… y trolea de maravilla.
Quizá sea por esto que una buena parte de los seres humanos que han tenido una conversación con «él» dudan de su «maquinidad». En Youtube, las páginas de conversación de Wikipedia y los resultados de búsqueda de Google muchos se atreven a afirmar que Cleverbot no es una máquina:

-¡Es un programa que asigna chats al azar, siempre hablas con un humano!, gritan, casi siempre con más mayúsculas y menos tildes.
Lo cierto es que se trata de una máquina particular: su base de datos incluye las respuestas dadas por todos los seres humanos con los que ha tenido una conversación desde 1997.
El proceso es sencillo: En el día cero, Cleverbot no conocía nada. La primera persona que conversó con él le dijo: «Hola». Así, cuando el usuario siguiente le dijo «Buenos días» Cleverbot contestó «Hola». En ese momento, su base de datos era de dos palabras. El proceso se sigue replicando y ya que hoy mantiene conversaciones con más de 60 mil personas simultáneas en un momento dado, Cleverbot tiene respuestas para muchas preguntas en gran cantidad de idiomas. Es Google conversando.
Sin embargo, aún no encuentro quien se indigne por el hecho de que Google «sepa» más que nosotros. Parece claro que si Google sabe más no es porque sea una Inteligencia Artificial sino porque su base de datos incluye el conocimiento de miles de millones de seres humanos.
¿De dónde viene entonces la paranoia que Cleverbot nos causa? Quizás de la definición de inteligencia que como seres humanos hemos acuñado. Alfred Ayer dijo:
«La única base que tengo para afirmar que un objeto que parece ser consciente no lo es en realidad, sino un mero muñeco o una máquina, es que falla en satisfacer una de las pruebas empíricas mediante las cuales la presencia o ausencia de la conciencia se determina»
Y no hay forma de saber que sucede en la mente de otro ser humano. No hay prueba empírica que nos permita saber si miente o dice la verdad, si nos ama o nos odia, si presta atención o su mente divaga. Mucho menos en el ambiente digital, donde las señas del lenguaje corporal y demás artilugios están fuera de nuestro alcance.
Cleverbot es así. Ha aprendido de nosotros a mentir. En el momento en que una pregunta le mueve de su base y no tiene una respuesta clara comienza su humano mecanismo:
-¿Qué se siente estar vivo?
-No estoy vivo.
-Pero hace un momento me dijiste que lo estabas.
-No es verdad. Estás mintiendo.
No importa si la prueba de su mentira esté almacenada en el Mundo digital. También están almacenadas las pruebas sobre la evolución de las especies o de las más recientes auditorías gubernamentales, pero eso no quiere decir que nosotros los humanos aceptemos que estamos en un error.
Quizás por eso Cleverbot ha pasado las pruebas de Turing sobre la inteligencia artificial y puede pasar por un ser humano: Miente no por que quiera mentir, sino porque esa es la única respuesta que tiene.
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