Klaxón, viene del griego klaxo: gritar. Es decir, muévete…

Por Cheque Santana.

12 de Julio de 2015. Sentado en un automóvil en el tráfico de la ciudad o justo antes de que el semáforo se ponga en verde, hay pocas cosas que un ser humano pueda hacer: atacar una comezón largamente ignorada, cerciorarse de que efectivamente limpiar la cerilla con un cotonete es tan efectivo como usar los dedos o la más amada por todos: tocar el claxon.

Tristemente, las cosas no siempre fueron tan divertidas. Allá por el 1800, cuando los primeros automóviles de vapor comenzaron a circular, el gobierno británico, siempre preocupado por la seguridad de sus ciudadanos, emitió una ley que obligaba a los conductores a llevar un criado delante del auto agitando una bandera roja y haciendo sonar una corneta. Si el hombre de la corneta tenía como objeto proteger a los peatones de un atropellamiento o presumir la fortuna del dueño, es cosa que se ignora.

Conforme el tiempo pasó, se hizo más práctico sustituir al hombre corneta por un dispositivo dentro del auto. El dispositivo quedaba a elección del conductor y en los Estados Unidos el más popular por muchos años fue la campana no la bocina. Aunque a mis oídos han llegado reportes de que esta arcaica costumbre ha sido retomada en la Ciudad de México, sólo que los criados ahora se colocan detrás del automóvil y en lugar de hacer sonar una corneta -cosa harto ridícula- gritan: Viene, viene. La bandera roja sigue in.

Cuando la ciudad se hizo más escandalosa fue necesario inventar cosas más ruidosas que una campana.El Gabriel -en honor del arcangel- y el Sireno fueron dispositivos famosos hasta que llegó a escena el klaxon. La k no es porque estoy escribiendo desde el celular: así como el pan bimbo, las aspirinas y los kleenex el klaxon no es un producto sino una marca. Su nombre se deriva del griego klaxo, gritar: la n se la pusieron para que sonara mejor.

Ahí comenzó la diversión y el aparato se hizo tan popular, que no existe niño que la primera vez que se sube al auto no mueva el volante o haga sonar el claxon. Pareciera que en su mente esa es la única razón por la que sus padres van a trabajar: «Allá va mi papá otra vez a tocar el claxon y a mover el volante, qué envidia»

El klaxon es un aparato que se combina de manera perfecta con el semáforo.

El tiempo que transcurre entre dos verdes del semáforo y que está señalado por el prohibitivo rojo no tiene como utilidad permitir el paso de los automovilistas en la otra vía. Tampoco dejar cruzar a los peatones. El rojo es una cuenta regresiva en un concurso televisado:

-Por el premio del millón ¿Qué ocurre cuando no se presiona el acelerador en el preciso segundo en que se pone el verde?

La pregunta es realizada por el encopetado presentador, mientras el ansioso concursante hace bailar su mano sobre el claxon, nervioso por presionar el botón negro antes que el conductor de la izquierda:

-Boooooooooong ¡Arranca hijo de tu puta madre!

-¡Respuesta correcta! ¡Es usted el ganador!

Yo, por mi parte, tengo la fantasía de que el día menos pensado en una acción de maravillosa estocasticidad el sonido de las bocinas de la ciudad comience a formar una hermosa melodía. Un grupo de taxis en el fondo, un camión de chelas en los graves y una agudísima motocicleta que pasa a toda velocidad entre los espejos le darían una forma poética a los 120 segundos entre verde y verde o las 2 horas entre obra y obra para la sinfonia más ambiciosa.

Mientras esto pasa, me despido con Ligeti György