De gemidos y lubricaciones

Para hablar de erotismo hay que salir de lo común, reventar los linderos del lugar común y las sublimidades fortuitas y gratuitas de los amores primeros. Quizá por eso la literatura erótica ha sido tan gastada con las novelas rosas, las de folletín y los engendros toscos de los libros 50_sombras_de_grey_hechos_por_fansvaqueros. Quizá por eso está crucificada por la Gran Literatura, reducida a un género “menor” (policiaco, terror, erótico, crónica). Podremos o no estar de acuerdo con que estos “géneros menores” sean «importantes», pero nunca negar que en ellos se puede percibir el termómetro de la época en que fueron escritos. Digamos, como ejemplo obvio, que las 50 sombras de Grey serían impensables en los 60 y su fervor incendiario contra los brasieres, cual inversión de hoguera medieval. Por otro lado, tampoco podemos negar que las perversiones narradas por el divino Marqués de Sade eran sólo para la aristocracia privilegiada con la soberanía del dinero, y mucho menos que esas mismas perversiones, por decirlo de la manerbellmer_a_sadea más irónica posible, se han democratizado.

La verdad es que nadie necesita un pretexto para acercarse a la literatura erótica, a pesar incluso de la primacía visual de las imágenes. A pesar también de que gran parte de la literatura erótica convive con la endeble literatura rosa y el soft porno, la sinrazón anecdótica y la hiperbólica vigorexia sexual del porno, la pulcritud física de los estereotipos de ambas, y la estulticia de la hipócrita censura. O, en el peor de los casos, las aberraciones de la deep web.

Sin embargo, hay todo un abanico de escritores y obras que valen mucho la pena visitar. Los básicos: el Kamasutra y El collar de la paloma de Ibn Hazm, piedras angulares, no sólo en términos sexuales sino en el ámbito del amor. El gran erotólogo es el francés Georges Bataille, una pluma de larga pinza, que reflexionaba desde la antropología, la economía, el arte y la filosofía (El erotismo, Las lagrimas de Eros) hasta poetizar en verso y prosa sobre los límites del erotismo y el sexo. También en Francia confluyeron el hosco anaisHenry Miller y la delicada y sutil Anaïs Nin. Si bien Miller salía de sus diatribas misantrópicas hacia breves y tangenciales descripciones sexuales, con sus personajes sórdidos y derrotistas, Anaïs Nin escribía una obra con una óptica femenina y, sobre todo, con una finura en el tratamiento del deseo sexual como una ola subterránea incontenible. En España, Almudena Grandes tiene también una batuta que dirige sinfónicos placeres en sus personajes nostálgicos y siempre entregados a pasiones a punto de ebullición entre la memoria y la muerte. Más que el hitazo de Las edades de Lulú, pienso en las pulsiones de sus otras novelas.

Dir. Juan José Gurrola, 1964
Tajimara, Dir. Juan José Gurrola, 1964.

En México no hay como Juan García Ponce y Alberto Ruy Sánchez. El primero fue un escritor cerebral e influido por el talante alemán, gracias a sus lecturas de grandes pensadores, sobre todo de Bataille. El segundo, gran editor, es un investigador de curiosidades asombrosas que ha construido una pentalogía de novelas que lo han llevado a viajar por el mundo para promomogadorver ese mundo fantástico, poético y erótico: Mogador. En Los jardines secretos de Mogador, el más logrado, esas curiosidades deslumbrantes son jardines reales que se convirtieron en jardines metafóricos del deseo.

El erotismo (y el sexo) es el imán más potente, productivo y creativo de la humanidad. Y nadie se escapa a sus garras. Por eso, armarse de letras, nunca es una mala idea, sobre todo cuando la imaginación se convierte en un as bajo la manga.

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