Sonríes como si el mundo entero cupiera en tu alegría
El amor tiene segura la victoria; si sale derrotado no es amor.
Sientes un desprendimiento de piel en tu cuerpo cuando cae mi beso en tu mejilla.
Me gustas, ha de ser notorio para ti cuando te miro, sonríes para mí con expresión generosa y te conectas con mis conversaciones como si la casualidad de la charla hubiese sido acordada. No hay certeza alguna en mis divagaciones, creo con firmeza en tu cordialidad, en esa manera de ser amable que tienen las personas bonitas, con esa misma firmeza anhelo que tu sonrisa sea el prefacio de unas páginas escritas por los dos a cuatro manos. Tu edad es la de la literatura, y ya está dicho, no hay edad para las letras, así estamos los dos, eso anuncia mi mirada sobre tus ojos, la única edad que reconozco contigo es la del tiempo en que estamos hablando, como ahora cuando tomas una de las monedas de chocolate que hay en la mesa, la llevas a la boca, yo sumo los milisegundos, los anoto y relaciono con tu movimiento, elevas la mano, expandes la boca, detienes la respiración, hago lo mismo, me quedo observando el gesto con el cual expresas tu gusto por el sabor del dulce en tu lengua.
Pongo la boca en el borde de tus labios, no los toco, aspiro hasta lo profundo en los pulmones, tiemblo, luego, dejo salir el aire poco a poco hasta que presiento el eco de mi temblor en tu cuerpo. Abro mi boca, la lleno con uno de tus labios, siento la fragilidad de ese fragmento de piel, pongo los incisivos, presiono sin morder, rozo sin llegar a los bordes. No, no te beso, es cierto, se conjugan las palabras boca y labio en la acción de besar, aun así, en este instante me niego al verbo, hago como si quisiera empujar tu cuerpo con la fuerza de mi boca, tropiezo con mi nariz en la tuya, escucho, escucho entonces tu risa detrás de tus labios, eso, ahora sí, te beso después de haberte dicho entre dientes y susurros que me gustas.
Destapas tus caricias sobre mi barba en nacimiento incipiente, en mi mejilla derecha dibujas la última letra de mi nombre, en la otra la primera del tuyo, luego, desenfundas en tu mirada toda la compasión a la que tienes derecho, y sin obligación alguna, tiendes tus labios para arrancarle un puente a mi boca, le dices beso al roce de las bocas.
Cuando el último ojal en tu blusa es abordado por el botón con el mismo número en la serie, en tus palabras secretas se pronuncia mi nombre; así también, al final del día cuando desatas el botón zurces tu boca con el hilo del silencio para no mencionarme.
Mi nombre en la punta de tu lengua, sin ser pronunciado por acatar a la prudencia, en ese mismo lugar donde lima tu saliva se quedan otras palabras, por ejemplo, ahora quieres decir, también tenemos otras vidas.