El color de la noche sea el de tus ojos

Humo de mis plegarias WordPress cabezal Por Óscar Vargas Duarte

Tras cada sonrisa un secreto en el que tú estás

Te tiendes en la cama y dices, «no caigo vencida, caigo desnuda, con esta fatiga apenas me queda la piel». Notas la manera en que miro tu cuerpo y vuelves a hablar, «no te contengas, todas las derrotas del día las compenso sabiendo que sin importar lo que ocurra, contigo voy a ganar».

«Tres ríos venosos llegan a tu mano, en la mía solo habita uno», de eso me hablas antes de morder mi brazo y dejar una marca como parte del juego, uno que has empezado sin tenerme en cuenta y también lo has terminado antes de yo enterarme para saber cómo ganarlo.

Miras la pijama, haces un gesto al ver las arrugas en la tela, levantas la mirada y das por sentado que esta noche no hará frío en los espacios a donde llegue tu cuerpo, empiezas el rito, no la rutina, para ti es un rito sagrado desnudarte, eso haces, como si descosieras tu piel te desprendes de cada prenda, sin ellas sabes que en tu desnudez la luz de la luna se repite, no es una caricia, frotas los pies con las manos, no es un masaje, pasas los dedos por las piernas, te levantas de la cama en donde estuviste sentada, te pones el pantalón corto y la blusa, sonríes, buscas en la pared el interruptor de apagar la luz, queda oscuro el cuarto, te sientas en la cama, enciendes la luz de la lámpara, metes el cuerpo debajo de las sábanas, cierras los ojos, vuelves al comienzo de la noche, apagas la luz, encoges las piernas, te acomodas, quedas en silencio.

Vuelves al beso, a la caricia, a juntarte, te acomodas en el centro, agregas tus piernas a las mías, comprimes un instante y lo dejas escapar al abrir tus ojos. Dices, «me gustan los días cuando la lluvia trae alumbramientos a la ventana, como si el aire estuviera pariendo la música».  Aprieto sin fuerza tus senos, uno a la vez, la palma abierta, el deseo entre líneas, sin la fatiga de la prisa, vuelves a hablar. «Sabes, no tenemos tiempo, nunca lo hemos tenido, cada instante en que nos juntamos lo robamos para usarlo en nosotros».  Llueve, afuera llueve, adentro, en mi mano, llueve, adentro llueve, también a mí me gustan los días como este.

Apostamos la vida a los besos, sabremos esto en el día de la muerte, no a los dados como han dicho en los bares, hemos jugado la vida en los besos que no dimos o en los que pudimos, es por eso que ahora ante tu mirada de lluvia sin palabras estoy poniendo mi boca en la tuya para empeñar en estos besos la vida entera.

Me obsequiabas botones, en cada una de los encuentros los ponías en mis bolsillos; ante mi pregunta, sin excepción respondías, es para que encuentres mis ojales, para que, sin hilos ni agujas, abras y cierres, salgas y vuelvas a entrar cuando quieras.

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