Entre la noche y el día, una mujer construye el universo en su rutina
Vas cinco días a tu oficina, tomas dos botellas de agua, una en la mañana, otra en la tarde, a veces usas el transporte público, otras auto propio. Te duchas diariamente incluyendo los domingos, cambias tus prendas todos los días, usas un diferente par de zapatos según la ropa con que salgas, maquillas el rostro suavemente, labios, ojos, mejillas. Sientes el deseo de quienes te admiran, unos minutos antes del sueño, en el sueño, unos minutos después de verlos, unos minutos después de que te vean.
Sin aretes nunca las orejas, uno en cada una, uno diferente todos los días. Sábado y domingo te levantas más tarde; lunes, martes, miércoles, jueves y viernes te despiertas a la misma hora, usas el mismo recorrido, dormir, estar despierta, levantarse, ducha, espejo, cocina, closet, espejo, puerta, auto, calle, ruta, oficina, auto, ruta, casa, cocina, cama, sueño. Llenas el bolso como un arte secreto solo asequible a tu género, llaves, labial, cepillo, espejo, cremas, teléfono móvil, toallitas, pañuelitos, pastillas, tú llevas la pequeña lista anterior y otras cosas más de las cuales, por supuesto, solo tú tienes idea. Es inevitable el negro en tu ropa, blanco y rojo son recurrentes, los otros colores son apetecidos y los usas para componer una armonía especial entre tu gusto cromático y las formas de tu cuerpo.
Llevas el cabello peinado, nunca en desorden, delineas tus cejas y aprecias tus pestañas onduladas, usas collares que unas veces llegan a tu pecho, otras no tanto, y siempre están unos centímetros abajo de tu cuello. Usas un perfume, no el mismo al siguiente día. Hablas, nunca por hablar, cada conversación está conectada con tus emociones, toda palabra es un punto del hilo con el cual zurces tu inteligencia, nada atas por atar, todo tiene sentido, desde la palabra al empezar hasta la mirada con la cual acompañas las palabras.
Escuchas música, mueves los dedos al ritmo de las notas, con algún tipo de música dispones a tu cuerpo para el movimiento de la danza, son tus hombros y tus pies en donde se nota el gusto por el baile. Alguien te llama la atención, lo miras, le gustas a alguno, te mira, recompones las líneas de tu ropa, estás en el centro del universo en ese instante. En la silla de tu escritorio estás sentada observando a los otros, atendiendo a quienes se acercan, unas operaciones las diriges con comandos ejecutados desde el teclado, otras las haces enviando e-mails con instrucciones, otras las das verbalmente, y no sabes cuánto del tiempo usas en las actividades de los otros, cuánto del tiempo lo utilizas en las tuyas.
Tomas al azar por tu cuenta, todo tiene un principio y un final definido por las decisiones y las reglas de la vida, tomas la racionalidad por tu cuenta, también existen el azar y la casualidad, no se conocen todas las reglas, sonríes mientras piensas, piensas y sonríes, de eso se trata muchas veces la alegría en tu rostro, de pensar en direcciones opuestas sin que por ello consideres estar errada. Extiendes la mirada por la ventana de los autos, de la casa, de la oficina, de la aplicación en el móvil, de la conversación virtual con los amigos, de una charla con quien te parece atractivo, pero eres indiferente con él porque no quieres sepa que te gusta, porque no quieres una línea más en la palma de tu mano.
En la palma de tu mano, una geografía de voces menciona la palabra antigua y reconoce la nueva, un mapa secreto condensa en sus líneas el temblor antes y después de la caricia.