Apreciaciones para una tarde de lluvia en el espejo

Humo de mis plegarias WordPress cabezal Por Óscar Vargas Duarte

Evitas a la luz, aunque te gusta, temes a las sombras que se forman al cruzarse los objetos, ves tus manos reflejadas entre gotas oscuras en las paredes o en el piso, no comprendes su movimiento, las escondes, crees en que les pertenecen a seres invisibles, ellos mueven las sombras, aunque tus manos permanezcan quietas. Has visto las grietas, las heridas en la pared cuando apagas la luz y a las sombras huir tras la pintura, les temes, no te aproximas a ellas, un olor a lugar sin aire, a bóveda secreta se extiende y tú prefieres apagar la lámpara, cruzar la cortina y evitar el sol de mañana en la ventana, dar paso a tu propia noche de dudas.

De algún lugar en tu memoria extraes ideas para darles forma en la casa, ahí te las apañas, vas de un lugar a otro, dejas en una esquina tu ropa interior extendida midiendo las baldosas, pones en orden los colores de tus blusas y con ellas das tributo a la bandera colgándolas en la puerta, desde tus labiales inconclusos armas una colegiatura de letras, formas en línea recta los nombres de los bares a los cuales has ido los jueves y los viernes, escribes salmos sin tener fe en las iglesias y dibujas trenes atravesando los bordes de la cama.  De algún lugar en tu memoria extraes el olvido y te quedas viéndote en el espejo y entre risas, preguntas por tu nombre y cuestionas tu presencia, ríes y como si la única arma para defenderte fuese una fotografía que guardas en la cartera, la extraes, y la miras, hasta que reconoces en qué lugar de tus olvidos extraviaste esa imagen.

Tomas lo acostumbrado para ir a la calle, cruzas la puerta y quieres percibirla como un umbral, así te das ánimo para creer que al salir todo cambia. Sumas metros, kilómetros, calles, cuadras, buscas un lugar y prefieres pensar que ese espacio te encuentra.  Pides algo, agua, té, café, no tienes una precisión para nombrarlo, te das un momento en la silla, una silla, una mesa, reposa tu cuerpo, en cambio tu mente parece una lavadora dándole vueltas a todo para dejarlo limpio.  La velocidad de los pensamientos, de las imágenes, es superior a tu capacidad de concentrarte en ellos, no alcanzas a darle una puntada con tu lengua molecular cuando aparece otro.  El aroma, si es que hubo alguno, no está, ha desaparecido.  Sumas instantes al silencio, una cremallera ha surcado la boca y la cierra, dentro todo retumba y se repite, un horno crematorio quema y deja humo, como las máquinas industriales, en precipitación reptil repitiéndose.

Afuera, la mirada aprendida, ver sin apropiar en la mirada los objetos.  Descompones el pasado, el presente y el futuro, no sabes mucho de las consecuencias del pasado, igual sin saberlo le achacas todo a las averías de los últimos pasos, percibes la respiración salvaje de lo previo, y ves repetido el pasado cayendo como bola de nieve, tragándose el presente y dejando sin oportunidad de existencia al futuro, y peor, con oportunidad de existencia, pero no de ti, pero no de tus maneras y modos de vivir el tiempo.  Algo te derrota, te ves, desde adentro, desde tus palabras dentro de una lavadora que todas las revuelve.

Vives aquí, dentro de ti, en un lugar sin secretos, con las sombras y sus luces, sin simetrías perfectas, sin imperfecciones notables, aquí, en donde hay un momento para erguirse y otro para recogerse, un espacio para meditar callada, otro para desplegar el canto.  Vives aquí, no vas a exiliarte, eres tu propia nación, tu nacionalidad es tú misma, dentro no hay espacio para los héroes, tampoco para las víctimas, vas de conjuro en conjuro reconociendo la mirada plácida que te ofrece el tiempo.  Vives aquí, en donde todo se nombra para olvidarse, para la memoria, para recordarse al mismo tiempo.

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