Tres libros sobre las drogas

El mundo de los sicotrópicos y los estupefacientes es un terreno espinoso e incómodo para aquellos que no somos afectos a esas adicciones. En un contexto, como el nuestro, en el que las confrontaciones del narco empantanan de sangre nuestras calles es difícil no ser un recalcitrante enemigo de sus efectos (físicos y sociales). Entre la oposición categórica y la complicidad indolente, elijo la primera. Sin embargo, ello no nos exime de la posibilidad de entrar en los mundos posibles que nos abre la literatura. En esta ocasión, me permito recomendar los tres canónicos de la literatura moderna sobre las drogas.

Aquí hay que hacer la diferencia entre el uso de las sustancias alucinógenas y psicotrópicas para los fines rituales y de éxtasis religioso (el término preciso es «enteogénesis») y la mera excitación fisiológica de lo que asumimos como «drogas», incluyendo el alcohol y el cigarro. En el primero ubicamos, por ejemplo, el uso del peyote para los huicholes o la ayahuasca en la Amazonía, en el cual podríamos ubicar Las Enseñanzas De Don Juan: Una forma yaqui de conocimiento de Carlos Castaneda.
En el segundo apartado, los tres pilares, creo, son las muy inglesas Confesiones de un opiomano inglés de Thomas de Quincey. Además  Los paraísos artificiales de Charles Baudelaire y el mítico Yonqui de William Burroughs.

Después de unos problemas estomacales, De Quincey confiesa su inducción, por prescripción médica, en el consumo de opio en ese siglo XIX británico en el que todavía no estaba prohibida dicha sustancia. La obra del escritor inglés no sólo demuestra el talante tan propio y caballeresco de los ingleses sino que matiza su aversión a los efectos del vino en contraste con los del opio, a la vez de describir los efectos en el cuerpo del propio De Quincey. El libro, sin embargo, parece, a los ojos de este siglo, un crónica-testimonio poco efusiva e intensa. Ello no implica indolencia, sino mucha parsimonia y ecuanimidad en la postura, como paciente, como adicto y como escritor de Thomas de Quincey. Con un postura mucho más vivaz, el francés Charles Baudelaire escribe en Los paraísos artificiales sus experiencias en torno al consumo de hachís y el opio, éste  en correspondencia con el del escritor inglés. Baudelaire se permite mucha más sintonía con las adicciones, sin restregarse su propio catolicismo, aunque es mucho más explícito con el hachis que con el opio.

Para 1953, el líder espiritual de toda la generación Beat, William Burroughs consiguió la publicación de Yonqui. Esta narración mucho más picaresca que las anteriores no sólo relata la adicción del protagonista, homónimo del autor e inspirados en su propia vida, también explica la intensificación de su adicción en un tránsito geográfico que lo lleva de la Unión Americana a la Ciudad de México hasta los países amazónicos, al menos así lo sugiere, con el afán de adentrarse al mundo de la ayuahuasca. Las anécdotas que dejó Burroughs en la Ciudad de México son tema de otra columna, que escribiré más adelante.

Después de este repaso de los «clásicos», habrá qué esperar la propuesta del libro Drogadictos cortesía de Editorial Demipage, que une plumas de ambos lados del Atlántico para entender qué se hace desde la literatura con respecto a un tema tan polémico y complicado como el de las drogas.

 

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