La ciudad en una vuelta de retina

Humo de mis plegarias WordPress cabezal Por Óscar Vargas Duarte

En el parque los perros juegan, también podría ser que conspiran con su ida y vuelta a la carrera detrás de la pelota que es lanzada al aire por los niños, una conspiración canina que desvía la atención de los humanos hacia los juegos con sus canes, en el techo de la casa unos gatos se persiguen, la energía acumulada de las muchas horas de sueño la usan para ir tras unas sombras. Es la media tarde, no hace frío todavía, la bóveda de la ciudad promete una borrasca, las motocicletas superan a los autos, el semáforo cambia de color, unos se mueven, otros paran. El mesero del bar llegará tarde, anoche estuvo bebiendo después del trabajo, no pudo levantarse antes de la hora obligada, su mejor amigo va con él como si sus pasos estuvieran dirigidos por una brújula alcoholizada.

La mujer de otro, la que uno desea lleva descubiertos los hombros, un adolescente la mira, una pareja desciende del autobús, otra va en el automóvil, el reloj en la muñeca de la mamá del adolescente está diez minutos adelantado, es su manera de protegerse contra la impuntualidad, así sale antes, así llega a tiempo, en una vitrina cuatro maniquíes usan ropa para mujeres delgadas, no llevan rostro, en cambio un buena representación de los senos ha sido construida en el pecho, de un taxi baja un anciano, ha dejado una bolsa que estará perdida por el resto de la vida.

Una motocicleta alimenta el ruido de la calle cuando acelera, algunos transeúntes la observan, un niño repite el ruido con su boca y deja escapar un poco de aire que le mueve los labios, varios árboles aceptan la invitación del viento, bailan con él, no dan su tronco a torcer, en cambio sus hojas se convencen del movimiento aéreo y lo siguen, la luz es escasa en un local donde hacen tatuajes, la iluminación está dedicada por completo al hombre con la aguja, en el centro del escote de una mujer una imagen religiosa da pruebas de su fe, las uñas las lleva pintadas de un color en tono rosa, un hombre con el cabello cortado apenas hace unos días camina viéndose en el reflejo del vidrio que cubre una vitrina, alguien ríe por un chiste que escucha de un amigo.

Es una tarde como cualquier otra, lo que afuera ocurre se desplaza por los ojos, en una vuelta de retina, tras aceptar el parpadeo, las imágenes entran para ser unas más en el olvido de quien mira con afán y sigue hasta la vuelta de la esquina para continuar mirando a la señora que no confiesa y mantiene en secreto sus fantasías, para ver sin mucha prisa a la hija de una mujer desconocida, que seguro es buena vecina.

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