Para entender al mexicano

Se vienen fiestas patrias y todo el mundo se va a poner a festejar esa condición inasible pero incomparable de ser mexicano. ¿Qué significa para todos y cada uno de nosotros ser mexicano? El abanico de posibilidades para responder semejante pregunta va desde la fe ciega pasando por el orgullo, la devoción, patriotismo o el reproche. Ser mexicano excede esa obsesión por ponerle sal y salsa a todo, los clichés de los bigotes y esa absurda imagen del ensarapado dormido bajo un cactus.

Los mexicanos somos entregados y arrojados hasta el sacrificio. Somos románticos, aventureros, juguetones y burlones hasta de nuestros propios miedos. Somos arrebatados en nuestros amores y nuestros odios, así como también devotos de nuestras creencias. Y, (asumo mi culpa) como lo acaban de confirmar, también nos encantan las generalizaciones. Pero, sobre todo, corremos el riesgo, para parafrasear a Octavio Paz, de convertirnos en la máscara bajo la cual nos ocultamos: sea esta la broma, la risa, la valentía o la violencia insensata. Un vistazo a las noticias y su inventario de sangre nos lo dejarán en claro

Sabemos de nuestra solidaridad en los momentos de siniestros (temblores, huracanes, catástrofes). Pero también nos caracterizamos por envidiar el privilegio y el triunfo ajeno, al grado de que desde el siglo XIX ya se pensaba en esa fábula de los cangrejos para describirnos. Herederos de la petulancia aristócrata de aquellos aires de grandeza que clamaban el decoro y el hidalguismo español, somos proclives al arribismo y el desprecio. Un ligero atisbo a nuestros Lords y Ladys o las polémicas de nuestras redes sociales nos lo confirmará. Nos fascina (de nuevo Paz tenía razón) ningunear a los ganadores y quejarnos, dos cosas que bien podrían ser devoción nacional, paralelas al guadalupanismo. Somos atrabancados para la crítica, el juicio y la sentencia, y poco claros para ejecutar ese mismo ejercicio frente al espejo. “Así nací y así soy, si no me quieren ni modo” o “yo soy quien soy y no me parezco”, por citar al vuelo, confirman que la canción popular es una muestra sintomática de nuestro inconsciente colectivo.

Confiamos en nuestro ingenio y creatividad, por eso nos atrevemos a apostar por el talento y no por la disciplina, por eso favorecemos la chacota frente al orden. Somos nuestros aciertos y nuestros errores. Por si no había citado a Chava Flores, también somos nuestros sueños [¿a qué le tiras, mexicano?] y nuestras pesadillas. Nuestros actos y nuestras omisiones. En semejante grieta de sentido, somos mexicanos y nos enorgullecemos de las dos caras de la moneda, lo cual implícitamente nos confirma la máscara y el rostro escondido, porque somos bien humanos y bien falibles, nunca superhéroes. Candiles de la calle, nos tropezamos con la congruencia. Somos menos hechos y más amores y  buenas razones. 

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