Conexiones para estar desconectado

Humo de mis plegarias WordPress cabezal Por Óscar Vargas Duarte

12:21 a.m., una buena hora para estar despierto. La calle apuesta por el silencio. En la habitación la música de Burning Caravan. En el celular una teleconferencia de soporte. La luz de la lámpara comprende su ojo abierto cuando me ve leer los poemas en las páginas del libro. Una pintura ofrece sombras y luz sobre un pantano. Las puertas del closet están cerradas. Una vez tuve sexo detrás de esas puertas, no teníamos que ocultarnos de nadie, solo terminamos ahí bajo la ropa de ir a la oficina. Pienso en la muchacha que me gusta. 12:25 a.m. La teleconferencia continúa. El teléfono de alguien ya no está en la llamada, dicen, se le cayó la llamada. Los segundos no suman palabras del mismo modo en que suman minutos.

Las cortinas están cerradas, el que se cayó de la teleconferencia no responde, digo yo, está dormido y se despierta cada cuatro minutos para pronunciar alguna palabra inentendible. En el apartamento del cuarto piso la pareja que lo habita tiene sexo, eso supongo, esta sería una buena hora para tener sexo, para trasnochar con una buena excusa. La noche empieza a las seis de la tarde y termina a las seis de la mañana. Otro se ha quedado dormido en la teleconferencia. Vuelven a llamarlo. La noche vive en un día seis horas y en el siguiente las otras horas. «Maiakovski», la primera canción que escuché de Burning Caravan vuelve a sonar, su música se pone de moda en el aire. Esta noche es una noche cualquiera, hay dolores y sueños, hay calles vacías y gente durmiendo, hay quienes no entienden las preguntas técnicas, son palabras sin sentido alguno.

En Internet dice que lloverá en la ciudad, recomiendan llevar paraguas. Me gustan los paraguas. No sé quién los inventó, quizá estaría bien que en todos los objetos apareciera el nombre del inventor, de su creador. Yo diría que los lunares en la piel de la mujer que me gusta son la firma de su autor. Me pregunto ahora si esta mujer tiene un lunar que se parezca en el color a mis ojos. Alguien le ha puesto eco a su teléfono y se escucha una repetición inservible de su voz. 12:48 a.m., no está resuelto el incidente. Sigo escuchando voces descompuestas por el sueño. Yo opino sin tener mucha idea de lo que digo, soy un repetidor de preguntas antiguas. Alguien es sensato, dice, me retiro de la conferencia. No puedo decir lo mismo que ella.

Se me ocurre pensar en si la mujer que me gusta está despierta viendo una serie, o leyendo, o mirando por la ventana, o pintando, o tocándose, o comiendo, o yendo de la sala a la cama, o durmiendo. Sería muy aburridor que estuviera durmiendo. Un amigo dice esto, a los hombres nos enloquece saber que una mujer nos piensa y se acaricia mientras lo hace, o al contrario, se acaricia y nos piensa mientras lo hace, quizá es lo mismo, no estoy brillante escribiendo esto ahora. Utilizando el modismo mexicano, “No es de Dios estar ahora en esto”. Un minuto antes de la una de la mañana. Hubo un tiempo, siempre quise escribir un cuento empezando así, hubo un tiempo. Anoche me quedé dormido en el sofá, no estaba viendo televisión, solo me quedé dormido mientras observaba las sombras y las luces. Alguien no está siendo inteligente en esta teleconferencia y no soy yo, ni siquiera podría usarla para demostrar la falta de ella.

Una y cero seis minutos de la mañana. Creo que no debería estar trasnochando en este momento. La mujer del cuarto piso da un grito y rompe el silencio del vidrio, extiende las piernas y le da miedo tener un calambre. Ese es un temor de siempre. Cuando estaba pequeña tuvo un problema constante de calambres en las extremidades inferiores, sentía morirse. Ahora, cuando su cuerpo la sacude con orgasmos y extiende las piernas para doblarlas luego le da miedo que se le queden extendidas doliéndose. Una y once de la mañana. Yo soy de los que se levantan temprano. En la teleconferencia se escucha un ronquido. La vecina del cuarto piso sabe que su pareja se queda dormido después del orgasmo. Ella aprovecha y se toca a solas en el baño. No le importa si eso tiene un significado psicológico.

Diecisiete minutos después de la una de la mañana. 17 es un número primo. Este es el año 2017, también es un número primo. Las matemáticas son una metáfora de la realidad que no siempre entendemos. La vecina da un grito en el baño, se lava y vuelve a la cama después de secarse. Su pareja ronca. Mi celular recibe un mensaje, hace el sonido que lo caracteriza cuando eso ocurre. Leo, es la vecina, me pregunta si estoy despierto, le digo, sí, estoy trabajando. Me envía una fotografía, prometo borrarla pronto, la borro un minuto después, envío una sonrisa. Ella dice, quiero un poema. Le digo, no hay poemas cuando hace falta la luna. No es noche de luna, los faroles de la ciudad son apenas una imitación de la luz. No veo la luz de la calle, la cortina está cerrada, la vecina se queda dormida, la teleconferencia de trabajo continúa.

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