Si tuviese que usar una palabra para nombrarte
y esa no fuera tu nombre,
te diría sonrisa.
Miras el libro, el título te hace gracia, es una frase que usas algunas veces para referirte a las noches frías, «Cenas con hielo, usas todas las cobijas», pasas una y otra página sin leer lo consignado en ellas, lo haces por instinto, aparentar interés por el objeto, luego dejarlo en el lugar donde lo encontraste, eso haces, no te gusta comprar libros a los vendedores en la calle, tienes formada la idea de que cuando no son hurtados, son impresos sin pagar los derechos a los autores. De en medio de dos páginas se eleva un colibrí, parpadeas y das un paso atrás para defenderte del desplazamiento del ave, miras nuevamente y el libro está cerrado, no hay ave, ni imagen, ni sombra.
Miras las páginas, lees algún párrafo, el vendedor te indica que si tu deseo es leer el libro puedes sentarte en una de las sillas, eso hace el hombre, ofrece una silla pequeña para que las personas puedan sentarse a leer si lo desean, alcanzas a pensar que te lo dijeron con sarcasmo, pero no es así, hay otras personas sentadas leyendo, das las gracias, haces un gesto negándote a la invitación, y sigues hurgando con tus dedos dentro de las hojas. Miras el precio, dice, una vida más dos dólares. Las dos cosas las tienes y no los pagarás, pones el libro en el lugar de donde lo habías tomado. El hombre parece haber notado en tu rostro algún gesto con el cual te delataste, tus pensamientos lo hirieron, eso piensas, te da un poco de vergüenza, el vendedor vive de esto, este es su sustento, y tú negándote a dar la vida y unos dólares por unas páginas escritas.
El vendedor se aproxima dispuesto a explicarte, te dice, lo de la vida es mentira, lo de los dos dólares también. El valor del libro es lo que te cuesta una botella de agua en el supermercado, tus neuronas fácilmente cruzan información entre ellas y recuerdas que llevas una botella de agua en tu bolso, no sabes cómo él lo sabe, lo supones, él sabe de la botella porque me vio cuando la compré en el local de en frente. Le sonríes al tiempo que introduces la mano en el bolso, tomas la botella, la extraes y se la pasas, el hombre te dice, el libro es tuyo. No es la primera ocasión que has estado observando libros de los ofrecidos por este vendedor, sí es esta la única ocasión en la que estás comprándole.
Tras el pago, siendo tuyo, no el libro, tuya la propiedad legal sobre el mismo, vuelves a tener la sensación de que el hombre sabe más que tú o te lee el pensamiento, y ocurre tal como lo imaginaste, «No es solo tu propiedad sobre el libro, es tu libro», quizá parpadeas nuevamente sin ver colibríes saliendo de las hojas, pero, esta vez es el vendedor con sus libros lo que desaparece, desde tu lugar rodeas con tu mirada el espacio, todo se ve normal excepto porque tú no encuentras al vendedor con el cual intercambiaste la botella de agua. No quieres se te haga tarde para ir a casa, cruzas rápidamente hacia la otra calle donde está el paradero de auto buses y encontrarás el que hace la ruta hacia tu casa.
Haces la fila como los desconocidos que están en el paradero, esperas a que el auto bus llegue y se detenga, ocurre pronto, te subes, encuentras una silla disponible para ti, te aplaudes mentalmente porque irás cómoda mientras llegas a tu destino, extraes el libro, miras las primeras páginas, lees entonces la fecha y el lugar en donde se realizó su impresión, es cuando crees que dejarás de parpadear para toda la vida, claro, vuelves a hacerlo, es un movimiento natural, no puedes evitarlo, ves la fecha y te la sabes porque es la de tu nacimiento, y la dirección de los talleres de impresión son los de la casa en la que vivieron tus padres nueve meses antes de tu nacimiento.