Desconectas los zapatos de tacón, dejas los pies descalzos y sientes el aire que atraviesa la ventana, la falda no ofrece resistencia alguna y una escalada aérea sube por tus piernas para hacer un frente militar ante tus medias, mueves tu cuerpo, nadie lo nota, el aire fresco no se agota, reconoces una vibración y das a ella el significado de la palabra etérea. Vuelves a los zapatos, conectas tus pies con los tacones, haces un movimiento y das oportunidad de hacer sonar la baldosa con el tacón, tic, tac, sin minutero o huso horario.
Cruzas tus piernas desnudas sobre las mías y me dices, todo el sexo que quieres está en mis palabras, mi cuerpo alcanza el clímax cuando sonoramente y sin pena alguna te digo, ámame, sé la ventana oscura en mi noche blanca, la herida lingual que se apareja ante mis ansias.
Una mujer con nombre propio, vas diciéndole, soy una mujer con nombre propio. No me digas ‘cielo’ porque nadie me vuela, no hay satélites aleteando en mis alturas. No me digas ‘amor’ porque no soy una definición tan gaseosa. No me llames ‘cariño’, esa es una palabra infantil, sin fuerza. No me digas ‘mi vida’ no soy la vida de nadie, apenas soy la mía. No me digas ‘bonita’, eso es una calificación de tu gusto por la estética. No me llames ‘mi tesoro’ eso es un lugar para referirse a las posesiones, a algo que se tiene. Tampoco te atribuyas el derecho de relacionarme con el tamaño de mi cuerpo, ni ‘gorda’, ni ‘flaca’, ni ‘pequeña’, usa mi nombre, pon en tu voz al pronunciarlo el cariño y el amor que me profesas, que en el tono se note, no la mía, la tuya, tu belleza.
Acurrucas tus dedos sobre mis ojos, los tapas y me pides caminar hasta la cocina, de algún objeto extraes una fruta, me retas acerca del nombre de la misma, no puedo tocarla, debo hacerlo solo a partir del aroma, primero sin desprender su cáscara, luego sin ella, después la cortas en pequeñas porciones, y pasas por mi nariz cada parte, yo apenas intento, un nombre, otro, otro nombre, el mismo, y empiezas con más preguntas, unas sobre mi sensación en la nariz, otras sobre mi sentimiento al sentir el aroma, así continúas, pones en tu boca una porción, la acercas a mi nariz, y yo te digo, no hay fruta, tú eres todos los aromas.
Yergues tu cuerpo, los huesos, los músculos y la envoltura, puedes con tu propio peso, no mides tu fuerza al hacerlo, lo das por hecho, transitas desde la cama hasta la ventana, abres la cortina, das paso a la luz y permites un recambio del aire. La única herencia palpable de tu sueño son las arrugas en la tela del pijama, exactas en los lugares donde hacen curva tus rodillas. Pesas lo que debes pesar y si pudieras extender sobre la báscula tus pensamientos sabrías también que una fuerza superior se teje en tus venas, solo así eres capaz de sostenerlos y mantenerte de pie sin temblores. Sin hurgar en tu memoria, sin pretensiones de especialista, pones un par de alimentos en las tazas sobre el fuego, pronto el aroma hace del espacio una piscina de olor a comida, mientras el fuego cuece, el café preparado previamente te acompaña en tus conversaciones internas.