Cedo, cedo mi desnudez a tus dedos, a tu boca

Humo de mis plegarias WordPress cabezal Por Óscar Vargas Duarte

Hay personas amándonos tanto, que dan ganas de quererse uno mismo de esa manera.

Llego a tu cuerpo, todo parece ocultarse a mi búsqueda, es una apariencia inexacta, vuelvo a buscar, caigo breve en tu mirada extensa, me dejo descubrir por tus ojos y, mientras tanto, encuentro una fisura en tu piel por la cual iniciar la escalada hasta tu cuello, empiezo en ella, alcanzo a varias palabras surgidas de tus labios, y sin pretensión alguna, ellas me atan para elevarme con su acento en un vuelo de cometas.

Las palabras son, quiero y sigue, pero faltan más palabras, luego dices, al tiempo que estaciono mis manos en tu cintura, dices: quiero sigas sin detenerte hasta cuando encuentres la fuente donde nacen ríos de vino blanco y aguas saladas en mi cuerpo.

Así, llegar a tu cuerpo es un encuentro en una ventana cerrada que está dispuesta a ser abierta. Se abre un poco, entonces, son mis palabras las que están en movimiento, se descuelgan por tu cuello y dicen, besar, morder, acariciar, dar paso a la siguiente caricia, al próximo roce de los dientes.

Hay unas palabras pronunciadas con tu acento, de tu boca surge una combinación de letras que se leen en tus labios, dices: cedo, cedo mi desnudez a tus dedos, a tu boca, a tus manos, aproxímate hasta donde mi cuerpo concede gritos de júbilo al encuentro.

Después de haberte escuchado me asombro de mi propia duda y voy tembloroso, pero seguro hasta las formas que llenan tu pecho. Hay alguna nube que se desprende de mi boca, y cae desprevenida sobre una flor de pétalos sin alas, la flor es objeto del beso, una y otra repetición hasta cuando tu mano levanta mi rostro y lo lleva a donde mis labios pueden ser atrapados por tu boca.

Descubro que mis manos tienen su propia agenda, han resuelto la medida de tu falda y sin que lo evites, han ido deslizándose por tus piernas, ahora, descubro que tu blusa está abierta, no sé cómo, no sé cuándo, pero me parece apropiado bajar hasta tu estómago y sorprenderme con el imaginario intenso con el cual lleno las formas de tu ombligo.

Un frío invisible, inexistente, nos posee, entonces un abrazo es apropiado para que tus formas se peguen a las mías. Y sin que los dos sepamos las razones, nos olvidamos de cada uno, empezamos a pensar en el otro, tú en mis manos, yo en tu piel, tú en mi brusquedad de hombre, yo en las gotas de silencio que cuentan la distancia entre un gemido y otro mientras descubro en ti una humedad sincera apreciando a mis manos inquietas.

Así, poco a poco, como quien no quiere, pero lo quiere todo, pasamos de la humanidad vertical a la horizontal sensación que da saber que eres tan extensa como mi cuerpo, tan profunda como mis voces, luego, me concedes uno, dos o tres, que yo no sé contar, gemidos y yo te respondo al tiempo con impulsos.

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