Hace unos minutos era la hora en punto. Ahora van unos minutos adelante los relojes. Antes presumíamos de dar vueltas al mundo como el minutero de un reloj cada hora, mas no pasa ahora de esa manera ya que los instrumentos electrónicos solo ponen los números, quizá los más jóvenes no tengan una idea de un tiempo circular y lo empiecen a ver como algo continuo. Me gusta una amiga, cruzo con su nombre el espacio que hay entre la hora en punto y los minutos de más que se suman para alcanzar el filo final de los cincuenta y nueve minutos. El café refleja con alegría el entendimiento actual de las leyes de la física, adquiere una temperatura menor según el entorno al que ha sido expuesto.
El sabor del clima es del mismo de los helados, quizá no tiene sabor el clima y estoy usando un adjetivo incorrecto, pero me gusta como suena. La única mesa ocupada en el café es la mía. La mujer detrás del mostrador bosteza. Yo quisiera que se aproximara para hablar, ella se olvidaría del bostezo, yo conversaría de la amiga que me gusta, quizá a ella también le guste alguien, y entre los dos compartamos esa experiencia personal a través de la palabra.
Pongamos que viene hasta la silla y se sienta, en la que está a mi derecha. Digamos que a ella le gusta un amigo de la universidad, para permitir esta conversación imaginada es necesario apresar unas libertades adicionales. Estudian arquitectura, se encuentran en las clases de los jueves y los viernes. Él trabaja en una agencia de apuestas, administra el lugar hasta las seis dela tarde. Después corre hasta una estación de autobuses, toma el que lo acerca a la sede en donde toma las clases, sube las escaleras y llega a las seis y treinta para la primera clase de la noche.
Ella está en el café hasta las cuatro, hace un turno de nueve horas desde las siete de la mañana. Llega antes a la universidad, cuando no lleva frutos secos en su bolso compra en la cafetería, y al encontrarse con él le ofrece, le llena la palma abierta. Le gustaría besarlo en la boca y llenarle de humedad los labios, pero no, ella es de las tímidas, todavía vive en una generación que no besa a los otros, así, de pronto, por gusto, sin previo aviso. Ella quiere una declaración de amor, preferiblemente en un sitio de baile, después de haberse abalanzado con sus cuerpos en el espacio que abre la música.
Mi amiga no aparece todavía en la conversación, sí en mis pensamientos, debe estar usando unos jeans de color azul ajustados a sus piernas, tienen la horma exacta de mis ojos, y estará usando esa blusa de fondo blanco con trazos de colores en el pecho. Es seguro que ya caminó un buen trecho para ir de una calle a otra y le sumó kilómetros a su ritmo cardíaco.
La muchacha no lo confiesa, y no tiene por qué hacerlo, es un asunto íntimo que ocurre entre ella y su cuerpo, en la noche, cuando el cansancio la obliga a contenerse en la cama, roza un poco, casi precariamente, el lugar entre sus piernas con la palma de la mano, mientras sus pensamientos atraviesan la caricia y el beso, la piel y la tela de su compañero de tareas y de clases.
Alguien llega al café, pide una taza mediana y dos galletas, la jovencita lo atiende, menciona el precio exacto, yo me distraigo viendo a la mujer, extrae un par de billetes de la cartera, una de color café, se parece a la de mi amiga, no es ella, ¡claro que no! Esta mujer mueve la cabeza para ver hacia adelante tensionándola hacia uno de los lado de su cuello como si el destino la impulsara a conocer los hechos intentando una mirada lateral, en cambio mi amiga se atiene a su verticalidad y acepta que todos sus oráculos los lleva dentro.
Mi amiga hubiera preguntado dos o tres cosas más sobre el producto que compra, y le diría a la mujer que atiende tras la caja, alguien te observa, estás siendo descubierta, y cuando eso ocurriera yo desaparecería de la mesa.