Falta que nos prohiban algo, que nos lo nieguen para que lo ansiemos. Si la prohibición viene de una autoridad, con mayor razón intentamos conseguir aquello que nos ha prohibido. Ya me los imagino pensando: “¡claro, eso ya lo sabemos!”. Bueno, pues sumemos un poco de información a ese asombro.

Según Roudinesco, todo comportamiento (y toda una casta, por decirle así) que implique e insista en romper con esas prohibiciones (sobre todo, a divina) se engloba en un término, “Perversidad”, es decir, perturbar el orden natural del mundo y convertir a los hombres al vicio, descarriarlos y corromperlos, alejarlos de la soberanía del bien y de la verdad. nada más demoníaco; o quizá nada más tercamente maniqueo, tan rebelde a una autoridad de la que se reniega porque se le tiene siempre presente. Como una pubertad estridente, ante una paternidad opresiva.
Del latín perversio, el sustantivo “perversión” aparece entre 1308 y 1444; sin embargo, dice la filósofica, el adjetivo es más viejo, 1190 y deriva de perversitas “y de perversus, participio pasado de pervertere: volver del revés, volcar, invertir, pero también erotizar, desordenar, cometer extravagancias” (p.11). En un principio, tenía que ver con los sentidos: “una perversión del gusto caracterizada por el alejamiento de los alimentos ordinarios y el deseo de comer sustancias no nutritivas: carbón, tiza, raíces. La diplopía es una alteración de la visión, un error de convergencia, que hace que veamos dos objetos en lugar de uno” (p. 11).

Si bien la raíz es fisiológica, “la perversión es intrínseca a la especie humana: el mundo animal se halla excluido de ella, igual que lo está del crimen” (p.14). Sin embargo, la humanidad llevó la perversidad al extremo (sí, esas “banalidad del mal” apuntada por Hannah Arendt) o a la indolencia (como la desaparición del término “perversión” para la siquiatría convertido en la larga lista de parafilias)
Después de terminar el libro, basta con asomarse a la nota roja para descubrir que ese “lado oscuro” de la humanidad es mucho más profundo e intenso que el luminoso.
Élisabeth Roudinesco, Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos, Barcelona, Anagrama, 2009

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