Por ti, Gordo

Hace unos días falleció Roberto el Gordo Fernández Iglesias. Pensé en dedicarle un espacio en esta columna por la importancia que tuvo su trayectoria en el ámbito literario, docente y de promoción de la cultura y la lectura. Pero me interesa más hablar de otra cosa.

Aunque fue poco el tiempo en el que convivimos, tengo que confesar mi gratitud y un entrañable cariño por el Gordo y por Margarita, su compañera y aliada. Un cariño espontáneo y sincero que se nutrió de una madura e inteligente conciencia de que las diferencias, las divergencias nos pueden acercar, cuando se enfocan también las convergencias con la misma medida .

Con admiración, con empatía y con emoción, participé en todos los eventos de tunAstral (y otros también) a los que me invitaron. Pero más importante que la literatura misma que nos convocó (y que lo sigue haciendo), la facilidad con que pudimos acercarnos, humana y genuinamente, no sólo me demostró ese calor humano de ambos, sino incluso me hizo sentirme adoptado de alguna manera. Esa sensación es estremecedora y entrañable para todos aquellos que hemos elegido tener hermanos que no comparten nuestros apellidos; y con Roberto y con Margarita fue, además, gracias y en el relieve de nuestras diferencias (de edades, sobre todo, de posturas, de ideas). Así de grande son sus corazones. Así de devoto mi cariño.

Sé que franqueo las puertas de la intimidad por hablar de algo que excede lo que comúnmente es tema de “nota”. Probablemente, para todos aquellos que lo conocieron más y por mayor tiempo esto que escribo no sea nada nuevo, e incluso puede que me haya quedado corto. Lo cierto es que: Gordo, Margarita, Daniel, les debía estas palabras.

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