
El rector de la Universidad Autónoma del Estado de México, junto con un grupo de exrectores de la misma institución han usado de manera perversa el organismo basándose en tres ejes: primero simular una política pseudo académica en la cual usan de manera oscura a auténticos académicos; segundo, saqueando la universidad de diversas formas para enriquecerse; y tercero se han convertido en un brazo político del gobernador en turno que frena, impulsa, desvía recursos y tergiversa.
De este grupo la cabeza actual es Carlos Eduardo Barrera quien obedece plena y totalmente a los intereses del grupo que desde hace decenas de años manipula, desvía y contamina con política decadente a la institución.
Se puede hablar ampliamente de los tres ejes perversos, pero hoy me quiero enfocar en el tercero: la manipulación política del espíritu universitario. La misma se divide en dos caminos: por un lado volver tan sumisos a los estudiantes y maestros que los convierten en elementos al servicio de la clase política dominante en el Estado de México. Por el otro, bloquear, destruir, menguar, desviar o difamar cualquier movimiento que pretenda impulsar una vida democrática hacia el interior de la Universidad Autónoma del Estado de México.
En los dos aspectos el rector y los exrectores se han convertido en especialistas. El mecanismo de dominar a los estudiantes se hace dándoles títulos académicos a funcionarios del sistema quienes desde las aulas realizan una manipulación a favor del gobierno en turno. La antidemocracia interna es una preparación para la antidemocracia en la sociedad.
De este modo el mejor modo de elegir profesores no es su título académico, ni su preparación pedagógica para impartir una cátedra. Para los intereses del «rectorato» la mayor cualidad de un académico es su docilidad. De ahí para adelante se le permite todo. A quien tiene un punto de vista divergente se le castiga, se le margina y hasta se le expulsa. Premios para los dóciles, obstáculos para quienes tienen inquietudes.
El servilismo al gobernador en turno no tiene límites. Cada acción que se toma dentro de rectoría necesita del permiso de la Secretaría de gobierno. Los rectores en realidad son electos por el gobernador en turno. Para ello requieren un Consejo Universitario sumiso que vote como se le ordena. Y en ese sentido se cuida mucho la elección del Consejo Universitario. Salvo contadas excepciones, los consejeros universitarios son personajes al servicio del «rectorato». Baste ver cómo en cada elección de director o consejeros de facultades el gobierno mete la mano y el rector no nada más lo permite sino lo alienta. El rector en turno funge como empleado de quien está despachando en la silla de Lerdo. Hace poco dejó pasar las elecciones de la Facultad de Derecho y Medicina como si fueran procesos de un sector del PRI.
Cada rector tiene su estilo, cierto, pero todos se parecen en la manera como se arrodillan ante el gobernador y permiten que la Secretaría de gobierno dicte las políticas de la universidad. Luego del desastre de mandato del valentón Alfredo Barrera, al actual rector se le ordenó ser «de bajo perfil» y no sacar el pecho jamás, sino ante los problemas se agacha adoptando dos posturas: no platica con la comunidad universitaria a la cual le da la espalda, y en contraste nunca se pierde un evento del gobierno. Con tal de mostrar su docilidad, asiste a los actos más ridículos del gobierno.
Las maneras como Carlos Eduardo Barrera hace sentir su mediocridad política y su falta de defensa de la autonomía universitaria son muchas. Ya hemos de hablar de ellas. Aprecio su atención y los (las) invito a compartir estas reflexiones. Escribe Edmundo Cancino. Columnas: Cuentos y Cuentas.